Corta historia sobre la barba.

Corta historia sobre la barba.

Hoy en día es habitual cruzarse con todo tipo de barbas: frondosas, de chivo, de dos días... Hay reyes y presidentes con barba, y también artistas o gente ordinaria. Llevar barba es una opción estética más, y en la época moderna la prevalencia del vello facial va variando con el paso de las décadas.

Paradójicamente, el comienzo de la historia de la barba como elemento estético debe situarse en el momento en que el hombre comienza a afeitarse, hecho que parece remontarse a la Edad de Piedra, hace 2,5 millones de años.

Mesopotamia y Egipto

En las civilizaciones mesopotámicas, los hombres solían lucir grandes barbas que se consideraban un signo de estatus y respetabilidad, y las cuidaban con esmero, adornándolas y rizándolas.

Posteriormente, en los primeros tiempos del Antiguo Egipto, la tendencia fue el afeitado total de cabeza y cara, excepto cuando se guardaba el duelo por alguien fallecido, en cuyo caso se dejaba crecer la barba durante 60 días. Los faraones solían adornar sus barbillas con una fina y larga barba postiza, especialmente en las grandes ocasiones, para emular al dios Osiris.

Grecia y Roma

En la Antigua Grecia, la barba era símbolo de sabiduría, madurez y virilidad. Muestra de ello es que uno de los castigos que se les imponía a los espartanos que mostraban cobardía en la batalla era afeitarles la barba. Más tarde, Alejandro Magno cambió la tendencia cuando ordenó a sus soldados que fueran afeitados para impedir que sus enemigos les agarrasen las barbas durante el combate. 

Cabello y barba crecidos también eran signo de virilidad en los primeros tiempos de la Antigua Roma, por lo que era el estilo más habitual. Sin embargo, más adelante se consolidó la tendencia de llevar el pelo corto y la cara afeitada. 
Hacia el año 296 a. C. apareció en Roma la figura del tonsor, el barbero/peluquero de la época, introducida desde Sicilia por el senador Tinicius Mena. El general y cónsul Escipión el Africano fue la primera personalidad importante de la Antigua Roma que afeitaba su rostro a diario. 

Era habitual que los tonsores provocaran heridas en el rostro, debido a las rudimentarias técnicas que utilizaban, así que algunos romanos optaban por ponerse en manos de dropacistas, que usaban un ungüento depilatorio llamado dropax. 
El emperador Adriano volvió a poner de moda la barba en el s. II d. C. al dejársela crecer, y se cree que lo hizo para ocultar sus cicatrices.

De la Edad Media al Siglo XX

Durante la Edad Media, la tendencia variaba dependiendo del momento y el lugar. Muchos de los primeros reyes medievales de la actual Francia lucían largos cabellos y tupidas barbas. A partir del s. VIII las barbas comenzaron a ser vistas como paganas en occidente, hasta el punto de ser consideradas motivo de excomunión.

Durante el Renacimiento se siguieron diferentes tendencias. En el s. XVI era habitual en algunos círculos llevar barbas extremadamente largas, como la de Leonardo da Vinci. 

En el s. XVIII, el zar ruso Pedro el Grande comenzó a cobrar un impuesto por llevar barba, con el fin de que la población se pareciera más a la europea, donde el vello facial ya estaba algo pasado de moda. 

Después de un periodo en el que la barba no gozó de mucha popularidad, a mediados del s. XIX muchos hombres poderosos se dejaron crecer la barba. Uno de ellos, el presidente de EE UU Abraham Lincoln, lo hizo por la petición que le hizo una niña de 11 años, que le sugirió en una carta que se dejara crecer la barba para mejorar su aspecto y disimular la delgadez de su cara. La pequeña Grace Bedell le prometió que, a cambio, trataría de convencer a su familia para que lo votarán en las elecciones. 

En los años 20 y 30 del s. XX la barba no pasó por su mejor momento, y fue el movimiento hippie de los años 60 el que la hizo resurgir. 

Hoy en día vivimos una nueva época dorada de los barbudos, con los hipsters como principales paladines de este look, 2,5 millones de años después de que alguien, en una cueva, decidiera por primera vez lucir un rostro sin pelo.

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